lunes, 29 de diciembre de 2008

DESENCUENTRO

No había nadie cruzando las calles en aquel momento, aunque el hecho de que nadie las cruzara un martes cualquiera a eso de las cinco de la mañana era lo más normal del mundo. Tal vez un sábado del mes de julio, cuando el calor aprieta demasiado y la gente aún no ha abandonado la ciudad en busca de la costa, es un momento idóneo para cruzarse con algún juerguista rezagado; pero el mes de enero no es un buen mes para encuentros de ese tipo, de la misma forma que un martes laborable tampoco lo es. Joder, que me estoy quedando casi rayado con el tema del encuentro inesperado; a ver si es que me he colado con el asunto. Crápula consagrado y noctámbulo empedernido, Fernando arrastraba las horas de su existencia por ese mundo irreal que sólo existe en las cabezas de aquellos que en sí se encierran.

Cuando Fernando decía "asunto" quería decir ron Havana Club de siete años y marihuana ligada con hachís. No era una mezcla demasiado recomendada por demasiados cardiólogos, urólogos ni especialistas en medicina interna, pero era la mezcla que mejor le sentaba a su cuerpo. O al menos era la mezcla que mejor le sentaba a su cabeza. Llevaba cinco años destripando el resto de la pequeña fortuna heredada hacía ocho. La mitad la perdió en una desafortunada inversión en bolsa, y cuando tuvo que elegir entre pegarse un tiro o ahogar el fracaso embotando su cabeza en una realidad irreal eligió lo segundo. Al principio fueron sólo unas copas los fines de semana, intercaladas con algún que otro escarceo de cama en el club de Estrella. Luego fue al revés, parada diaria en el club de Estrella intercalada con alguna copa y algún que otro canuto para recordar la adolescencia. El segundo año fue cuando Carmen transformó sus sospechas en certezas, y el tercero cuando se largó llevándose la mitad de lo que le quedaba -la cuarta parte de su herencia, más o menos-. Maldita puta. O tal vez no, ¡qué sé yo! A lo mejor la culpa fue mía por no contar con ella hasta que se largó con mi dinero y con lo mejor de mi vida. Vaya chorradas que estoy diciendo. Lo mejor de mi vida está, conmigo.

Fernando se atizó un trago del ron que conservaba en el vaso -cortesía de la casa, nadie sacaba vasos del local excepto él- justo antes de largarse a los pulmones una bocanada del mariachi que humeaba en su zurda, mientras agitaba ambas manos al aire. No era un fracasado. Claro que no. Su padre le puso Fernando en un momento de lucidez extrema, para resaltar sus apellidos. Fernando Fernández Ferrándiz. El niño de las tres efes, el fuperniño. Y ahora era un fuperhombre, porque fumaba, follaba y flipaba lo que quería; seguía teniendo sus tres efes e incluso las había agrandado con otras tres. ¡Tenía seis efes! Realmente era un hombre importante, nada de fracasado. La lástima es que no me cruce con nadie ahora mismo para contárselo. Todo el mundo debería saber que soy un triunfador y seguir mi ejemplo. No comprendo por qué la calle tan vacía.

El relente calaba hondo, y la neblina era tan espesa que casi se podía nadar en ella. Dentro del mundo irreal de Fernando, todo iba bien y todo ocupaba su lugar correspondiente. En el mundo real, un pobre alcohólico adicto al cannabis se tambaleaba buscando un puerto al que atracar su maltrecha nave...

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